Apuntes sobre la colonización europea en la isla de Chiloé

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La colonización en Chiloé tuvo que iniciarse en condiciones muy distintas de las demás provincias australes. En la frontera se procedió por fuerza mayor, como en país conquistado, siendo el disco dueño absoluto de los terrenos. En Valdivia y Llanquihue sucedió lo mismo, y además, en estas provincias se encontraba la enorme ventaja de que no había indígenas que pudieran hacer resistencia como los araucanos.

Otra ventaja fue que se podía hacer quemas de grandes extensiones, para preparar los terrenos. Vicente Pérez Rosales, hizo incendiar bosques impenetrables y despoblados de Llanquihue y Valdivia con el fin de hacerlos accesibles a los primeros colonos, incendios que en ese tiempo significaban un ahorro de tiempo y dinero respecto a otras fórmulas.

En Chiloé se trataba de colonizar un pueblo viejo y en extremo susceptible, cuyos antepasados habían residido en aquellas tierras desde siglos atrás, considerándose dueños de ellas por habérselas repartido entre sí, en la creencia que el Fisco nunca las reclamaría y que no estaban dispuestos a dejarse colonizar.

En el departamento de Ancud, fueron instaladas cuatro colonias en el siguiente orden: La colonia de Chacao, La colonia de Huillinco, La colonia de Quetalmahue y la colonia de San Antonio, también llamada Mechaico.

En la tarde del 22 de septiembre de 1895, cuando poco, casi nada, se había alcanzado a preparar para su instalación, fondeaba en Ancud el vapor Tormes con los primeros colonos. Y así como se les trasbordó a las lanchas de noche y durante un fuerte temporal, así ha resultado oscuro y borrascoso todo el primer período de la colonización.

La primera remesa la componían siete familias alemanas, cinco de Berlín y una de Stuttgart; de oficio eran pulidores de metales, vidrieros y ex dueños de lavanderías. Además vino una pobre y numerosa familia Austríaca, con el padre enfermo y sin oficio alguno. La misma noche fueron llevados a Chacao para evitar el contacto con los elementos “malsanos y perturbadores” de Ancud.

Pocos días después llegó el vapor Osiris con la segunda remesa, compuesta de otras siete familias, de Berlín y otras ciudades; ningún agricultor, sino obreros de fábricas, zapateros, buhoneros.

Lo peor era que cinco de ellos, antiguos presidiarios y vagabundos, estaban físicamente imposibilitados para trabajar como colonos. Para lograr ser contratados como tales, habían presentado a los sub-agentes certificados falsos de sanidad, de capacidad como agricultores y de buena conducta.

Apenas instalados en Chacao, comenzó allí una serie de robos, riñas a cuchilladas y otras peleas, emprendidas por ellos contra los chilotes, y que solo concluyeron con la prisión y consiguiente expulsión de las cuatro peores familias. Con tales elementos se inició la colonizacion de Chiloé.

La tercera remesa, compuesta de 20 familias inglesas y francesas, tuvo que ser alojada durante dos o tres meses a orillas del rio Pudeto, antes que se tuvieran hijuelas en Huillinco para su radicación. Las expediciones posteriores fueron alojadas en el Cuartel de la Guardia Cívica de Ancud.

La mayor parte de los colonos llegaron tan pobres y faltos de todo, que carecían hasta de un colchón y ropa de cama. Para remediar en algo estas privaciones, fue menester pedir al capitán del vapor que les regalara los colchones de paja que los habían servido a bordo. Carecían también de útiles de cocina y de las herramientas mas indispensables, o si las traían, eran inservibles para las labores de desmonte y labranza. En cambio trajeron muebles y efectos tan inútiles como difíciles de transportar a las hijuelas, tales como órganos y sillas de columpios. Casi todos trajeron ropa adecuada más bien para un clima tropical que para las lluvias de Chiloé.

Tan grande como su indigencia era su falta de preparación y criterio, además de las ideas ingenuas y extravagantes con que vinieron. Uno había firmado contrato con el exclusivo objeto de dedicarse a la plantación del café; otro para establecerse de relojero en la floreciente colonia de Chacao; el tercero, que en su país había sido cazador furtivo, no quería ocuparse de otra cosa sino en buscar animales feroces para cazarlos.

Según el formulario de los contratos, el colono tiene derecho a pasaje libre de tercera clase para él y su familia, desde el punto de embarque en Europa hasta un puerto de Chile, y desde aquí hasta la colonia. Además, el Gobierno le suministraba una yunta de bueyes, una carreta, un arado, ciento cincuenta tablas y 23 kilogramos de clavos. Al mismo tiempo le entregaba un lote de terreno de 70 hectáreas, (incluyendo una hectárea libre o de roce), asistencia gratuita de médico y medicinas durante los tres primeros años, una pensión de veinte pesos al mes durante el primer año y treinta centavos de diario hasta su instalación en la colonia.

Los colonos de Chiloé no son hoy una horda de pillos y bandidos, sino los que están radicados allí, siguen sus trabajos tranquilamente con todo valor y perseverancia. Han tomado cariño al pedazo de tierra que les tocó y ahí formaron su hogar y el porvenir de sus hijos.

Al iniciarse la colonización en Chiloé, se encontró una atmosfera muy pesada de preocupaciones, alarmas y odios. Muy pocos eran los habitantes que desinteresadamente comprendían que esta era el último recurso para levantar a la provincia de su postración y que sin ella hubiera sobrevenido la ruina para siempre.

Se la miraba con reojo y no faltaba quien trabajara por dificultarla y detenerla. Los usurpadores y acaparadores de terrenos fiscales temían una revisión de sus títulos; los artesanos y obreros la competencia de los inmigrantes industriales; los comerciantes en maderas la restricción en la corta; otros la consideraban una amenaza o atropello a las costumbres arraigadas, a la religión y a la moralidad pública, o, en el mejor de los casos, la aceptaban como una calamidad que venia a aumentar la miseria y arrebatar el pan a los naturales.

Uno de los diarios locales reclamaba Chiloé para los chilotes; otro decía: “si en nuestro pueblo, donde solo necesitamos el trabajo de diez zapateros, se establecen otros diez sin preguntarle a nadie. Es claro que la competencia hará bajar los precios de los zapatos hasta tal punto que no convenga fabricarlos. Algunos zapateros tendrán que abandonar el campo”.


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